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-- Timidez redimida - -  

fang070 53M
340 posts
7/25/2019 9:17 am
-- Timidez redimida - -


-- Timidez redimida --

Tan incrédulo y racionalista como soy, y de pronto resulta que los milagros existen. Había fantaseado muchas veces con que esta situación se hiciera realidad, pero mi mente racional la mantenía en el espacio virtual donde nació, para no crear vanas esperanzas. El caso es que se había creado una admiración mutua, por diferentes motivos, y manteníamos una comunicación continua, aunque intermitente. Eso sí, siempre a través de la página donde ambos publicábamos. Mejor debería decir donde tu publicabas, porque yo era un coleccionista sin publicaciones propias. Si hago memoria, creo que yo solamente había compartido una fotografía, y fue en privado, para una prueba que necesitaba hacer. Y fue una foto muy formal en la oficina, sin el saco, pero bien atildado como es mi costumbre. Por mi parte, todo lo demás fueron siempre palabras para sus colaboraciones, palabras de cortesía, de admiración, de pasión, de agradecimiento, de exaltación de tu hermosura y voluptuosidad, y puede que incluso de cortejo.

Sabía que la distancia entre ambos era casi infinita. Por mi situación personal no podía viajar solo, y la posibilidad de un encuentro era una utopía. Y nos separaba todo un océano lo que hacía que no se dieran las condiciones para un encuentro fugaz. En tu caso era un misterio, porque te expresabas más con la imagen que con las palabras, aunque siempre agradeciste las mías que sentías especiales y distintas dentro de la selva de comentarios que te llegaban. A pesar de ello, mis comentarios, historias, estaban creados a contracorriente de ese destino imposible, y creyendo en que la utopía era realizable, o al menos fantaseando con ello. Historias que hablaban de encuentros entre ambos, de compartir el lecho y sentirse mutuamente. La oportunidad de vernos, observarnos, explorarnos cada milímetro de nuestros respectivos cuerpos. De acariciar y sentir la piel, sus olores y sabores, los más dulces y los más acres, pero todos excitantes. De poder tocarnos mutuamente y sentir la libido y el deseo que eso despertaría en nuestros cuerpos. De labios que se besan, de vecindades con derechos íntimos, de dos cuerpos que transpiran, se calientan y humedecen y suspiran por el uno por el otro.

Pero el destino, el azar, es caprichoso, y un día saliendo de tu habitual silencio me enviaste un escueto mensaje. "Viajo a tu País". En realidad, creo que nunca te había dicho de donde era ni lo había mencionado, o insinuado, en alguna de mis historias, pero estaba claro que mi prosa, un tanto pesada, me delataba y sólo podía ser de la llamada "madre patria". "¿Cuándo, dónde, cómo?" Te conteste apresuradamente atropellando mis palabras por la sorpresa y el deseo de un posible encuentro. No fue hasta el día siguiente que me respondiste: "La próxima semana. Viaje de trabajo a Madrid. Mi jefe se accidentó y me tocó a mí sustituirle". Se me aceleró el pulso. No sólo viajabas a mi país sino a mi ciudad. "Ya que vienes a mi ciudad, no podemos dejar de vernos, te enseño algunos rincones de la ciudad y te invito a un café". Inmediatamente empecé a repasar la posible agenda de mi siguiente semana para ver cómo podía liberarme al menos un par de tardes, a ser posible un día entero, y hasta estuve meditando posibles enfermedades imaginarias para faltar al trabajo. Seguimos hablando del asunto y afinando alternativas. Al final resulto que tu agenda era más apretada que la de un presidente de gobierno. A duras penas tenías una tarde libre y acordamos vernos en tu hotel. Cómo un hábil delincuente, preparé mis coartadas, visita al médico en el trabajo, y entrega de proyecto sin hora de finalización para el hogar, y una hora antes de cita ya estaba esperando en bar de tu hotel. Sentado estratégicamente para ver pasar a los clientes del hotel camino de recepción e intentar descubrirte al llegar. Supuse que llegarías antes y pasarías por tu habitación para ponerte cómoda después de tu agotadora jornada, y vigilaba con atención la zona de entrada, pero el tumulto de turistas de un viaje organizado que protestaban a su guía por un desastroso día me impidió ver cuando llegaste de vuelta al hotel.

Habíamos mantenido el misterio, y seguíamos sin ponernos cara, pues confiábamos en que nos reconoceríamos mutuamente. Diez minutos antes de la hora convenida te vi entrar en el bar, te detuviste y miraste a tu alrededor buscando donde sería bueno sentarte, se notaba que confiabas haber sido la primera en llegar. Aquella sólo podías ser tú, no podía ser otra. Unos pantalones vaqueros (de mezclilla, me corregiste luego) que se ceñían a tu cintura y caderas resaltando tu figura, tus admiradas curvas, y una camiseta de tirantes que se pegaba a tu cuerpo como una segunda piel que luchaba por contener los pechos que tantas veces había soñado. Entonces descubrí unos preciosos ojos y tu pelo negro todavía humedecido de la ducha. Tu silueta como un reloj de arena que tantas veces había descrito para ti, resultaba todavía más sensual y voluptuosa en persona. Mis nervios, que había ejercitado toda la tarde para mantener la calma, afloraron como un avispero enfurecido, mi corazón se aceleró frenéticamente, y casi podía sentir el fluir de la sangre a borbotones. El sudor empezó a empapar mi cuerpo, y rezumaba por mi frente. Sólo pensar que éramos "viejos" desconocidos me ayudó a darme fuerzas, aunque mil ideas bullían en mi mente temiendo una respuesta negativa.
Me levanté, me sequé la frente y me acerqué hasta ti.
- ¿Galletita? - pregunte con voz temblorosa, utilizando el nombre de tu blog
Me miraste, viste mi traje, mi extravagante "corbata de lazo" y con la certeza de que no podía ser otro respondiste:
- Hola mi galán - dijiste con un dulce tono de voz - Nunca defraudas, vienes muy elegante
- Ya sabes que no podía ser de otra forma, si no como me ibas a reconocer - conteste sintiendo como se enrojecía mi cara, a lo que me respondiste con una risa - ¿Qué tomas? - te pregunté invitando a sentar en la mesa que ocupaba.
Iniciamos una conversación un tanto banal, y mi mente quería adivinar, más bien imaginaba, que estarías pensando de mí. La decepción que te habría causado la apariencia del juntaletras, al que tratarías con cortesía por deferencia. Tu belleza, tu dulzura, eran el picahielos que despedazaba el hielo que me atenaza en estas situaciones. Sonabas cercana, sincera, sentí que realmente me apreciabas y me llenaste de confianza. Al cabo de unos minutos sentía que podía hablarte con la misma confianza con que te escribía. Estuvimos hablando largamente hasta que de pronto interrumpiste. "Sabes, tengo que subir a mi habitación" dijiste. El momento natural tenía que llegar y me apresuré a prepararme para la despedida. "Ha sido un placer poder conocerte en persona, y ver que todavía eres más guapa". Cuando me acerqué para darte un par de besos de despedida en la mejilla, te acercaste más a mí hasta que pude sentir el calor de tu cuerpo, y tus pechos rozando mi pecho. Me agarraste la mano y me dijiste al oído: "¿No me vas a acompañar, después del viaje tan largo que he hecho?" Mi corazón palpitaba como el motor de un bólido, y apenas pude decir: "Esta tarde te acompaño al fin del mundo si hace falta". Me deje llevar de tu mano y nos dirigimos al ascensor. A pesar de la confianza, mis nervios, mi timidez, mi no querer echar a perder aquella tarde de agradable charla, me habían impedido decirte lo que más anhelaba aquella tarde, y que a ti debo se hiciera realidad.

En el ascensor te pusiste detrás de mí, me abrazaste por la cintura y te acercaste a mi oreja para susurrarme muy dulcemente: "No sabes que ganas me entraban y como me ponía de excitada cada vez que me escribías". Intenté girarme, pero apretaste tus brazos con que me rodeabas y no me dejaste. "Sólo quiero que me hagas sentir lo mismo ahora". "Lo mismo no" repliqué con el hilo de voz que apenas conseguía articular por ese cóctel de timidez y excitación que me embriagaba. Aflojaste tus brazos sorprendida, un tanto enojada, y mientras te separabas de mi cara continué: "Tiene que ser mucho más". Volviste a apretarme entre tus brazos con más intensidad, pegaste tu cuerpo al mío, y mientras susurrabas un "mmmmmmm, lo estoy deseando" en mi oído, podía sentir tu cuerpo muy pegado al mío, tus pechos pegados a mi espalda, y mi creciente excitación que ya abultaba el pantalón y no pasó desapercibida a una mujer que entro en el ascensor. Buscaste con tu mano que había atraído la mirada de aquella mujer y cuando topaste con el bulto se te escapo de los labios un pequeño grito de sorpresa: "¡oh!", que hasta hizo girar la cabeza a la señora y nos provocó una ligera risa cómplice.

Al llegar a la quinta planta, dejamos a la mujer en el ascensor ¿Llena de envidia, quizás? y procurando respetar las normas y las formas, llegamos hasta la puerta de tu cuarto. Mientras buscabas la tarjeta para abrir, me pegué a ti y sentiste como el bulto se acomodaba entre tus nalgas. Nada más cerrar la puerta, en el pequeño pasillo de entrada todavía frente a la puerta del baño, nos besamos contra la pared. Juntamos nuestros labios, nuestras bocas, nuestras lenguas, que se exploraban con frenesí liberando la tensión que habíamos acumulado en los últimos minutos. Mis manos se agarraban a tus caderas, tus piernas, buscaban tus nalgas, y una de tus brazos quedó entre nuestros cuerpos comprimiendo tus pechos que desbordaban el escote, para que tu mano pudiera buscar el bulto en mi pantalón. Me llené del delicioso sabor de tu boca, y siento que podría haber estado horas saboreándote, pero tus manos empezaron a luchar con mi saco. "Permíteme", te interrumpí. Pasamos al interior de la habitación, me quité el saco y cuidadosamente lo dejé en el respaldo de la silla, añadí mi pajarita y me quité los zapatos. Dejé que te quitaras la camiseta, pero con un gesto te hice entender que quería ser yo quien te fuera desnudando. Nos acercamos, y entre los dos desabrochamos los botones de mi camisa que dejé sobre la silla mientras enredabas tus dedos entre el vello de mi pecho, antes de comenzar a desabrochar mi cinturón y buscar que se ocultaba bajo el bulto de la tela. Saltándote los turnos, me bajaste de una vez pantalón y el boxer, lo que hizo saltar como un resorte mi excitadísima verga. La acariciaste con tus uñas, dibujaste el camino de las venas, y me sopesaste las bolas antes de darle un casto beso en la punta y decir mientras me mirabas de refilón: "Me encanta tu polla" (palabra que no había imaginado utilizaras hasta ese momento). Te tomé de las manos invitándote a incorporarte, y cuando estabas completamente levantada, llevando mis manos al botón de tu pantalón te susurré: "mi turno galletita". Tuve que luchar un poco, pues no estoy acostumbrado a pantalones tan ajustados, y una vez desabrochado me dejé ayudar por ti para que la cintura del pantalón superara las sinuosas curvas de tus nalgas. Liberado ese delicioso escollo, deslicé mi mano desde tus nalgas, por tus caderas y fui empujando el pantalón hacía los pies, en una caricia infinita, sintiendo cada poro de tu piel en mis dedos y la palma de mis manos, hasta que sólo quedaron tus braguitas rosas. Mi cara quedó frente a tu vientre que había quedado marcado por el pantalón, lo que me hizo recordar una de tus fotos, y besé, toqué y acaricié todos y cada uno de los pliegues que el pantalón había dejado marcado en tu piel. Me resultaba tan excitante. Acerqué mi nariz entre tus piernas, e inspiré el aroma que se desprendía entre tus piernas y que mi mano comprobó ya empapaba tu braguita. Me puse en pie y liberé tus pechos que se dejaron llevar libremente por la gravedad. Los tomé entre mis manos, los agarré, los manoseé, mientras lamía y chupaba tus pezones enardecidos, hasta que escapaste de mis manos cuando te dejaste caer sobre la cama entre risas.

Me quedé mirándote, extasiado por las curvas de tu cuerpo con el que tantas veces había fantaseado al ver tus fotos y que ahora tenía ante mí, para mí. "Te vas a quedar mirando" me dijiste con una sonrisa pícara y a continuación te giraste boca abajo mostrándome tu culo. Me acerqué a la cama, mis manos subieron por tus muslos, disfrutando del tacto de tu piel, apretaron tus nalgas deslizándose bajo las braguitas y subieron hasta tu cintura para deslizarse de nuevo bajo la tela de tus braguitas, empujándolas hacía tus pies para desprenderte de la última prenda que quedaba y quedarnos ambos completamente desnudos. Al notar mi intención, te pusiste de rodillas para facilitar mi tarea, a la vez que me ofrecías tu culo y caderas como a un niño es más dulce de los caramelos. Acaricié, besé, mordisqueé con suavidad tus nalgas y tus caderas. Lamiendo cada poro de tu piel, disfrutando del camino marcado por las líneas dibujadas en tu piel que me llevaron al valle entre tus piernas hasta para dar con tu tesoro. Tu coñito de labios hinchados y humedecidos del rocío de tus fluidos, néctar de la flor más deliciosa que empapó mis labios y llenó mi boca de tu sabor. Sentías mi boca, mis labios, mi lengua recorrer tu coñito lamiéndote, chupándote, llenándome de tu sabor más íntimo, hasta tocar tu clítoris hinchado que escapaba de su capullo protector. Los labios de tu coñito se entreabrían como las alas de una mariposa dejando que mi lengua se deslizara dentro de ti hasta que tu boca no pudo dejar que escaparan un gemido tras otro, una ola de placer recorrió tu cuerpo que, a la vez que fluían tus juguitos empapando toda mi barba, palpitaba y se agitaba hasta que extasiada te dejaste caer tumbada a lo largo de la cama. Me tumbé sobre tu espalda, empapada en sudor, y sentiste como mi polla se deslizaba entre tus piernas hasta mojarse con los jugos que escurrían entre los labios de tu coñito. Y acercándome a tu oído te susurré: "Nos sabes las ganas que tenía de poder estar contigo y verte gozar".

Mientras recobrabas un ritmo menos agitado nos acomodamos de lado, tus manos bajo la cabeza, el cuerpo ligeramente flexionado y el mío acomodado al tuyo, mi pecho en tu espalda, mis piernas pegadas a tus piernas, y mis brazos rodeando tu cuerpo para que mis manos acariciaran tu cara, tus caderas, tu vientre, tus pechos con los pezones tan excitados que parecían querer reventar. Algo menos agitada, pero con más deseo que antes, entreabriste las piernas y buscaste con tu mano a tientas hasta palpar y sentir mi falo excitado, erecto como un mástil y dijiste: "Lo quiero dentro de mí. Todo".

Te giraste hasta quedar boca arriba y abriste las piernas para que me acomodara entre ellas. Contemplaba como brillaba tu coño con los jugos que lo empapaban mientras me ponía el condón (si uno desea que su fantasía se haga realidad, al menos debe ir preparado), y al acercar mi verga entre los labios de tu coño se deslizó penetrándote hasta que no quedó un milímetro fuera de tu cuerpo. Un suspiro, un gemido, salió de tu boca acompañando el movimiento hasta sentirte completamente ensartada y llena de mi polla. Encogiste tus piernas y luego rodeaste mi cuerpo con ellas para no dejarme escapar, y rítmicamente iniciamos ese movimiento sensual de va y ven, entrar y salir, buscando el placer mutuo. Oíamos nuestros cuerpos chocar, el gorgojear de tus jugos. Yo notaba como me deslizaba con infinita suavidad dentro de ti, atraído por el calor que manaba de tu interior, rozándote toda por dentro, y me concentraba en aquellos instantes en que más gemías, y me sentías con especial excitación dentro de ti.

Tu boca entre abierta no dejaba se suspirar, de gemir, veía tus mejillas enrojecidas de excitación, al igual que los labios y tus pezones que se habían tornado de un tono más intenso, y el sudor transpiraba por todos los poros de tu cuerpo. En cada embestida sentías mis huevos golpearte, tus tetas se agitaban y tus gemidos llenaban la habitación, probablemente toda la planta del hotel. Todavía no soy capaz de saber cuántos orgasmos tuviste aquel día. Yo me regulaba, detenía levemente mi ritmo, o la forma de penetrar, no quería terminar, te quería seguir viendo, sintiéndote gozar, lo que provocaba en mí una mayor excitación. Fruto de esa tensión y excitación tuve uno de los orgasmos más intensos y excitantes de mi vida. Me quedé sin fuerzas, me temblaban las piernas, y tan sólo podía abrazarme a tu cuerpo. Así quedamos los dos: yacientes, entrelazados, exhaustos, empapados en sudor, y vaciados de nuestros íntimos fluidos que nos habíamos entregado mutuamente.

Cuando me contaste tu viaje sorpresa y hablamos de la posibilidad de vernos, sólo habíamos previsto citarnos aquella tarde de jueves para tomar un café y quizás cenar, pero ni en nuestras más atrevidas fantasías hubiéramos imaginado como nos gozamos y disfrutamos aquel día. Cuando me tuve que marchar quedamos de vernos de nuevo el día siguiente. Aunque para esa segunda cita me dijiste que subiera directamente a tu cuarto, y con ironía añadiste: "no se te olvidará el número verdad". Cuando toque a la puerta, me estabas esperando vestida sólo con tus braguitas de leopardo, y una camiseta que transparentaba tus pezones ya excitados. Fue imposible que no nos citáramos también la mañana del sábado, y la pasamos encerrados en tu habitación hasta que llamaron cinco veces de recepción, donde habías dejado aviso para no perder el vuelo de regreso, como casi pasó.

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Ultima publicacion: (16/FEB ) Ser agua
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